24/02/2005 (Tras volver de París)
Yo lo intento, intento quitarme de la cabeza esos días pero no soy capaz, me retumban como si mi cabeza fuera una improvisada caja de resonancia. Cada recuerdo me golpea una y otra vez a todas horas, no logro concentrarme ni logro disfrutar de los momentos que me brinda cada día. Se ha convertido en una obsesión este deseo de escapar, es como una necesidad interior de gritar, vaciar mi alma en un grito estremecedor que sea capaz de catapultarme a otro lugar, otro estado de ánimo. Ya no creo que se trate de un sitio geográfico sino más bien de una especie de lugar espiritual sin dimensión física, porque correr es huir y no puedo huir de mí mismo y todavía no he encontrado esa vida mejor que idealizo sin saber ni tan siquiera qué significa. Huir ya huí, hace tiempo y no logré nada, o tal vez sí. Volver a París implica muchos recuerdos, todos hermosos, pero no debo dejarme engañar, las horas del restaurante, la sensación de ausencia, la soledad… acuérdate de aquella soledad tan asfixiante los viernes cuando no había nadie con quien salir por la noche. Nada que ver con el recuerdo maravilloso que me he llevado de las dos últimas visitas, con María, con Teresa y sobretodo con Ana. Quizás sea mi típica obsesión pero sé de sobra que desde el principio hubo algo, ese algo que me empujó a volver ahora. Y ahora mismo pienso en ella casi a todas horas. Y en que otro mundo debe ser necesariamente posible, porque me resisto a que mi vida se reduzca a esto, no quiero esta vida, no quiero este trabajo fundamentalmente, quiero algo que me llene, que me haga volver a casa satisfecho por una jornada de trabajo bien hecho y no escapando al tren como si me persiguiera el demonio. Encontraré esa vía.
Un año después queda claro que esa vía aún no la he encontrado
jueves, febrero 09, 2006
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