viernes, febrero 03, 2006

Me enamoré de la Luna una noche muy clara de verano en la que ella me sorprendió caminando sin rumbo en medio de El Pardo. Desde aquel momento supe que mi amor jamás sería de este mundo y que por mucho que lo intentara siempre tendría miles de estrellas en la cabeza y nada me devolvería la mirada de aquella Luna de agosto. Han pasado dos lustros y sigo con mi corazón de media Luna buscando la otra media, esa Luna que se complementa con la mía y que sólo existe más allá de los límites de la fantasía.

Creo reconocerla alguna vez detrás de los ojos de alguna terrícola, que durante algún tiempo logra engañarme, pero al cabo descubro que no es mi Luna y entonces miro al cielo, suspiro, la miro fíjamente y le guiño un ojo. Entonces todo se vuelve sonrisa confiada y tierra firme, y ella dibuja mi contorno entre las sombras de los pinos, y yo, con los brazos extendidos, siento latir mi corazón y el viento acariciar las yemas de mis dedos y tengo la certeza de que estoy vivo.

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